El Santuario de la Virgen del Silencio
El icono de María madre de Dios, Virgen del Silencio
Durante algún tiempo un icono de la Madre de Dios que pone el dedo sobre sus labios con un gesto qué invita al silencio circula ampliamente y plantea interrogantes.
Nosotros quisiéramos que suscitara sobre todo la oración confiada y nos cuesta salir del silencio para responder a los que hacen preguntas. Pero lo hacemos con alegría, porque en general no se trata de curiosidad, sino de afecto suscitado por una imagen que ha tocado el corazón y, quizás, ha comunicado gracia.
Cronología del icono de la Virgen del Silencio
- 1 de noviembre de 2008: fra Emiliano Antenucci escribe rápidamente “Il Libro della Vita” (El Libro de la Vida) primera pequeña despensa para los cursos del Silencio intitulados: “silencio, habla el Silencio”.
- 26-28 de febrero de 2010 en Foligno (Pg): el primer curso del Silencio, y luego continúan en la región del Abruzzo, tierra en la que vivió, san Pietro Celestino V del Morrone, el Papa santo eremita por excelencia del silencio.
- El original del icono de la Virgen del Silencio viene encargado por fra Emiliano Antenucci.Está “escrita” y hecha, después de aproximadamente nueve meses de procesamiento, por las monjas benedictinas de la Isla de San Giulio d’Orta (NO).
- 13 de junio de 2011: día en el que llegó la Virgen del Silencio en convento de Penne (Pe).
- 17-18 de marzo de 2012: empiezan los cursos del Silencio en Guadalajara en México, con una traducción tanto en español como a continuación en inglés para las varias naciones del mundo gracias a la colaboración de Magda Nava Sandoval (responsable con el esposo del curso en México).
- Al Santo Padre Papa Francisco se le regala una copia del original de la Virgen del Silencio y se queda maravillado, tanto que lo hache colocar entre los dos ascensores de la entrada principal del Palacio Apostólico, en el patio de San Damaso, donde todos pasan para entrar a coloquio con el en su estudio privado.
- 18 de mayo de 2015: Papa Francisco bendice esta copia con esta intención: “La Virgen María interceda ante el Señor, para que todos aquellos que entran en el Palacio Apostólico puedan siempre tener las palabras adecuadas”.
- 15 de junio de 2016: fra Emiliano encuentra Papa Francisco y, después de la Audiencia, el Santo Padre bendice el original de la Virgen del Silencio, autografiándola con la inscripción detrás del icono: “No hablar mal de los demás!”
- 22 de noviembre de 2017: fra Emiliano con su equipo del Silencio se encuentra con Papa Francisco. Después de la Audiencia el Santo Padre recibe una copia del libro “El camino del silencio”, Editora Effata (fruto de los cursos del Silencio).
- 28 de noviembre de 2017: del Vaticano (Secretaría de Estado) llega la Bendición Apostólica personal de parte del Papa para fra Emiliano, los hermanos y a cuantos han sido confiados a sus cuidados pastorales.
- 22 de marzo de 2019: fra Emiliano es invitado por una audiencia privada en el Palacio Apostólico con Papa Francisco sobre la Virgen del Silencio y los relativos proyectos futuros.
- 24 de marzo de 2019: (vigilia de la Anunciación y de su visita al Santuario de Loreto) Papa Francisco escribe una carta de su puño y letra al ministro provincial de los Capuchinos de Abruzzo, padre Nicola Galasso, con esta petición: “Sería bueno encontrar un lugar, una iglesia, donde se pueda dar culto público a la Virgen del Silencio. Encárguese usted de esto, por favor y hágame la propuesta.”
- Padre Emiliano junto al ministro provincial, con el permiso del general de la Orden, se ponen a la búsqueda de varios lugares adecuados e identifican la iglesia de San Francisco de Asís y el convento de los capuchinos de Avezzano (AQ), abandonado desde hace diez años y de propiedad de la provincia de los Frailes Menores Capuchinos de Abruzzo.
- El Santo Padre después de numerosas cartas, llamadas telefónicas y encuentros con padre Emiliano, porque atento a que todo saliera bien, da la bendición para este proyecto de Dios, llamando por teléfono al obispo de Avezzano, mons. Pietro Santoro, el cual con gran alegría acoge este nuevo Santuario querido por el Santo Padre en su diócesis.
Padre Emiliano Antenucci
Que es un icono
Un icono no es simplemente una pintura a sujeto religioso. A diferencia de lo que ocurre en el arte occidental que a partir del 1300 aproximadamente se aleja de esta concepción, el icono no quiere reproducir lo que se ve con los ojos ni el impacto emotivo producido por la realidad contemplada. Es más bien la invocación de la Presencia de lo que se representa, y al mismo tiempo es la respuesta de parte del Señor: “Entonces invocarás y el Señor te contestará, clamarás y Èl dirá: aquí estoy” (Is 58,9). Es – literalmente- representación. Una oración que pasa a través de la materialidad de los colores, de las formas, de las líneas.
El icono favorece realmente el encuentro con el Señor, con la Madre de Dios, con los Santos para los que se acercan con fe. Es concretamente un sacramental. El segundo Concilio de Nicea (787), el último de la Iglesia indivisa, les reconoce la legitimidad y la eficacia – después de un siglo de discusiones, conocimientos y luchas fomentadas por los poderosos – afirmando que “el creyente que venera el icono venera la realidad de quien en el ha sido reproducido”.
Aquí debemos limitarnos a breves sugerencias acerca de la teología del icono. Quien quisiera profundizar puede acercarse, entre muchos otros, a un texto de T. Spidlik y M. I. Rupnik, “La fe según los iconos” (ed.Lipa). Solo agregamos algunas anotaciones útiles para comprender mejor el icono del que estamos hablando.
Porque el icono es un sacramental
¿Qué es lo que confiere al icono este carácter sacramental? Es la coexistencia de algunos elementos que entran en su composición. En primer lugar está lo que en orden de tiempo viene por último, es decir la bendición de la Iglesia: al término del trabajo, con una oración específica el sacerdote invoca sobre las tablas escritas – se dice: “escribir los iconos” – la presencia santificadora de la Trinidad “para que los que los miran con devoción, venerándote humildemente ante ellos, obtengan la misericordia, la gracia y la liberación de todos los males y se hagan dignos del reino celestial”.
En segundo lugar la inscripción del nombre de lo que está representado, porque como se ha dicho anteriormente el icono es como una invocación física de esa Presencia. En el Antiguo Testamento el nombre no es solamente un signo distintivo o un título, sino es una relación viva con la realidad que indica. Con la inscripción entonces el icono está vinculado a la realidad del sujeto que representa. Es decir, simplemente: nos lo presenta como se nos presenta un amigo, para que pueda entrar también en nuestra vida y en nuestra amistad. En nuestro caso, la inscripción en letras griegas es la abreviación de Mhthp Èeoy (pronuncia: méter theù), Madre de Dios.
Tercer elemento que entra a constituir la sacramentalidad del icono es el procedimiento según el cual es “escrita”. Esto no depende del estro pictórico de el iconógrafo, sino debe ser conforme a los cánones dados por la Iglesia, inspirados a su teología litúrgica y a la enseñanza de los Padres; indisolublemente ligada al procedimiento técnico es la oración, que acompaña desde el proyecto de la obra el trabajo del iconógrafo.
El cuarto elemento es entonces el estilo de vida, el camino de purificación y conversión incesante del iconógrafo. Porque la oración no consiste en palabras, meditaciones, pensamientos devotos: la oración es auténtica si es auténtica una vida en la búsqueda incesante del rostro del Señor. Un sínodo ruso del siglo XVI, el denominado “Concilio de los cien capítulos”, se ha ocupado de reformar varios aspectos de la Iglesia ortodoxa rusa de esa época y ha dedicado además su atención a la preparación espiritual de los iconógrafos, estableciendo que tuvieran que ir destruidos los iconos – aunque de calidad – escritas por personas la cuya conducta no fuera conforme al Evangelio.
Procedimiento y significado
El icono es pintado según la antigua técnica del temple al huevo. Los pigmentos, ósea polvos colorados de origen mineral y orgánica (tierras, piedras molidas, raíces pulverizadas), se mezclan con una emulsión a base de yema de huevo, y tendidos sobre un soporte de madera recubierto antes de una tela ligera y después de muchas capas sutiles de yeso, amasado con cola de conejo o de pescado. A través de estos elementos inertes extraídos de la naturaleza el Señor, su Madre, los Santos nos transmiten la imagen expresiva de sus Presencias: continua la lógica de la Encarnación, de la humildad de Dios. Y por consecuencia, por medio del icono que asume los elementos del Cosmo, este último es rescatado de lo efímero, de lo profano para entrar en el dinamismo de la divinización, al que está llamado (cfr. Rm 8,18-22). El icono, en efecto, quiere representar, hacer presente, no lo que ven nuestros ojos carnales sino la realidad espiritual.
Entonces nos tenemos que dejar introducir en otro género de visión, que nos lleva a las realidades eternas. La tez de los rostros, por ejemplo, no tiene una tonalidad rosada sino dorada, a significar la transfiguración del hombre; también los ojos son tal vez agrandados, con la mirada fija en el más allá, y la frente ancha y alta indica el pensamiento contemplativo. Sus facciones son estilizadas, como también la ejecución de las vestidura, cuyas partes más claras (aclarados o “reflejos”) están hechas en forma geométrica: a través de la geometría se quiere expresar la perfección del mundo invisible. Algunos colores tienen un significado simbólico: la Madre de Dios está siempre caracterizada por una túnica verde-azul y por un gorro (“mitella”) del mismo color: la túnica es el indumento más en contacto con el cuerpo, el verde-azul indica la umanidad. Pero un amplio manto purpúreo envuelve toda la persona: el color púrpura, un tiempo preciosísimo y por eso reservado a los emperadores, indica la divinidad. Así se quiere proclamar que María es verdadera mujer de nuestra estirpe, pero Dios la ha revestido de soberana dignidad.
En los iconos de el Cristo Pantokrator ( Señor omnipotente) los colores son invertidos: la túnica o chitón es rojo púrpura y el mantillo es azul o verde-azul, para expresar que él, que es Dios, se ha revestido de nuestra humanidad. El oro, más que un color, es la luz pura e indica la divinidad: rodeando la figura, la sustrae del espacio y del tiempo e indica que ella pertenece al mundo de Dios. Son por lo tanto de oro también las tres estrellas sobre el manto de la Madre de Dios e indican su perpetua virginidad, antes, durante y después del parto.
Como nació el icono de la Madre de Dios, Virgen del Silencio
Como ya se ha dicho, la iconografía es un arte particular: su intento no es producir obras originales o evidenciar la habilidad del artista, sino de anunciar el Evangelio haciendo presente la Palabra a través de la imagen. Por eso los iconos son muy repetitivos cuanto una estructura formal, con pequeñas variantes significativas en el interior de cada una, y la referencia a modelos anteriores garantiza la corrección del lenguaje iconográfico. En nuestro caso no hay ningún modelo antiguo de una Madre de Dios Virgen del Silencio en el ámbito bizantino. Tenemos noticias de que en años recientes Sor Renata de la ermita de San Biagio en Subiaco ha escrito un icono de este sujeto.
Posteriormente el señor Gianmario Carozzi fascinado por un fresco copto del siglo VIII que representaba Santa Ana escribió un icono (Santa María del Silencio) que representaba María a cuerpo entero, con el dedo sobre los labios y el gesto de bendición. De este icono, donado a P. Antonio Gentili, fueron realizadas muchísimas reproducciones, también sobre madera y sobre tela. Una de estas fue donada al capuchino fra Emiliano Antenucci, que deseando un icono verdadero a medio busto de ese sujeto se lo pidió al monasterio de la Isla San Giulio, y entregó a una monja Iconógrafa los modelos que él tenía: una imagen del icono del señor Carozzi y una del antiquísimo fresco de Santa Ana encontrado en Faras, en el Alto Egipto, y custodiado en el museo nacional de Varsovia. La monja decidió volver a empezar desde ese fresco, realmente encantador. Con cierta perplejidad
¿En primer lugar, era posible atribuir a la Madre de Dios el mismo gesto de Santa Ana, su madre? Entonces se acordó que el único otro sujeto iconografico con ese gesto es San Juan evangelista, que la tradición bizantina llama Juan el Teólogo por haber escudriñado en su evangelio las insondables profundidades del Verbo de Dios encarnado. ¿Porque en la iconografía San Juan invita al silencio? Para entrar en el Misterio, en la contemplación de su maternidad de gracia que prepara la maternidad divina de María, su hija. ¿Y por lo tanto, quien más que María tiene el derecho de asumir ese sobrio gesto? La adre de Dios invita al silencio, porque lleva en sí el Misterio, la Palabra eterna que se hace hombre entre nosotros para salvarnos. Otro serio problema: ¿es posible escribir unos iconos de la Madre de Dios sin su Hijo? La tradición nos dice que no. Realmente hemos pensado en representar en la parte de arriba la Trinidad en la forma evocadora que es frecuente en la iconografía bizantina, con semicírculos concéntricos de color azul-azul irradiados de oro y tres rayos descendentes (cfr. por ejemplo el icono de la Natividad o de Pentecostés). Tras muchas vacilaciones no lo hicimos, deseando enfocar al máximo la atención sobre la permanente inhabitacion de la Trinidad en María, que en silencio la custodia.
Otro modelo formal se da del icono de la Ascensión, en el cual María es representada en posición central, de frente, la mirada dirigida al espectador. La mano izquierda con la palma abierta – en acto de bendición según un gesto muy común en la iconografía bizantina, retomado también por nuestro icono – indica con su verticalidad el Hijo que asciende al cielo, mientras la derecha está inclinada horizontalmente, en la dirección del camino: María nos invita a caminar en la historia teniendo fija la mirada del corazón en el cielo. En el icono de la Madre de Dios del Silencio, en cambio, la mano derecha de María se lleva a los labios: como en los iconos de Santa Ana y de San Juan “Teólogo del silencio”, se expresa que el asombro ante el misterio de la encarnación debe ser la actitud permanente del corazón, escucha ininterrumpida del Verbo que incesantemente resuena en el interior, silencioso canto de alabanza que prorrumpe de todas las fibras del ser.
Pero no se ha perdido la simbología del camino que en el icono de le Ascensión la Madre de Dios desvelaba: de echo la cinta de oro que tradicionalmente orla todo el manto de la Madre de Dios en nuestro icono fue hecho con oro blanco, en el intento de asimilarlo a un camino. Aquí abandonamos la interpretación iconografía en su sentido estricto para escuchar lo que el Espíritu suscita en el corazón. La vida del hombre en la Biblia es a menudo comparada con una vía, un camino que se abre ante nosotros paso tras paso. La vía ya ha sido trazada por el Señor, meta de nuestro camino, pero solo recorriéndola se realiza para nosotros, que quedamos libres de perdernos,si elegimos abandonar el sendero de la verdad para seguir espejismos ilusorios. En nuestra vía la Madre de Dios se hace compañera de camino y guía segura. Nos invita a detenernos, a considerar bien cada cosa; el gesto de la mano izquierda, autoritario y a la vez dulce, evoca una palabra que el Señor dice a través del Profeta Jeremías: “Deténganse sobre los caminos y miren, pregunten a los senderos antiguos donde está el buen camino, y vayan por el: así encontrarán tranquilidad para sus almas.” (Jeremías 6,16) Este gesto expresa al mismo tiempo una bendición que nos impulsa más allá: la cinta, empezando desde la base de la representación, sube,baja, prosigue invisiblemente, reaparece… El buen camino no es, sin embargo, todo lineal, fácil, descontado: hay que confiar, seguir, dejarse guiar. Habrá que subir y esto supondrá esfuerzo y perseverancia. Ahorrar el aliento… Pero el silencio, necesario para cada auténtico camino con el Señor, es mucho más que un medio asciético.
En el culmen del brazo derecho de la Santa Virgen la cinta se interrumpe, el recorrido requiere un salto de nivel que es indicado por el gesto de María: “Pon un sello sobre tus labios, guarda la Palabra en la profundidad de tu corazón, déjate sorprender por el Espíritu”, parece querernos decir amablemente la Madre. “Cuando ya no ves como proseguir el camino, cuando las fatigas afrontadas parecen haber sido en vano, calla. Déjate llevar más allá del silencio, déjate levantar por el amor, sin oponer resistencia, sin anteponer el tumulto de tus pensamientos. Entonces encontrarás el camino a seguir y en el entreveras mi rostro, y siguiéndolo irradiarás my paz”. Cómo Abraham, cómo María, cómo los santos que nos han precedido en el camino de la vida, avanzamos en la fe: seguros de la felicidad que nos espera, agradecidos al Señor que nos ha llamado por nombre rescatándonos del sin sentido, felices de ofrecer al mundo el testimonio de que verdaderamente Dios llena el deseo del corazón.
Para concluir
Nos ha llegado la noticia que al icono de la Madre de Dios de medio cuerpo que describimos se le han atribuido algunas gracias, por lo cual con María magnificamos el Señor! Y nos han preguntado que tenía de particular este icono en el momento de su realización. Respondemos reportando dos testimonios: un extracto de una carta dirigida a fra’ Emiliano, que lo había comisionado y un testimonio escrito recientemente para alguien que deseaba saber cómo se acerca a su trabajo una monja iconografa.
De la carta a padre Emiliano
Queridísimo padre Emiliano, desde hace más de veinte años tengo la gracia de poder escribir los iconos, junto con algunas hermanas de mi Comunidad, y para cada una de nosotras este “trabajo” es sentido como un don personal de oración y un ministerio de consolación, de curación, de liberación en beneficio de nuestros hermanos. Realmente los ponemos en la oración de la comunidad monástica cuando escribimos un icono para ellos; y no salen más, porqué el icono está con ellos. Ya en el hacerlos tenemos la percepción de la Presencia, y algunas veces nos enteramos luego que son fuente de gracia para las personas che rezan delante de ellos. La Presencia no se da siempre en el mismo momento, sino cuando “está” nosotras sabemos que todo el resto andará por sí mismo. Podemos combinar cualquier problema o decidir modificar radicalmente la expresión de los rostros: en efecto no lograríamos dañarlo o cambiarlo, ya “está allí”: independiente de nosotras, pero es dada también a nosotras. En el caso de la Virgen del Silencio, desde el diseño del borrador sobre papel era sencillísima y conmovedora, terriblemente… elocuente! Ya estaba allí. Pasado el dibujo a la tabla, aún más se confirmaba la impresión: se habría hecho ella misma. Estuve trabajando en ella por mucho tiempo, pero más por el deseo de estar con Ella que porque el resultado se hacía esperar. Esta sin embargo no ha sido una excepción: eso ocurrió otras veces, lo he pensado en estos días… y por lo tanto anticipo las conclusiones finales, para después dejarte el resumen escrito de las cosas dichas por voz. El espíritu con el que cumplimos este trabajo-servicio-don de la iconografía es el descrito anteriormente; y muchas veces sentimos que la imagen que entregamos está cargada de gracia. Pero es como entregar un ordenador actualizado, eficiente, nuevo: en sí, una excelente herramienta… si el destinatario sabe aprovechar bien de sus potenciales! Pude tener fantásticos programas, pero si yo no sé utilizarlos… así es para nuestros iconos: todos son realizados con el deseo de llevar a Cristo, María, los Santos a la gente, de hacerlos más sensiblemente cercanos. Todos reciben una oración de bendición según la tradición bizantina, en la cual se pide entre otras cosas que los que se le acercan con fe obtengan de Dios curación, consolación, misericordia y paz. Y por lo tanto son todos potencialmente milagrosos… solo hay que activarlos! (…)
Testimonio de una monja iconógrafa
Soy una monja benedictina de la Isla San Giulio, por gracia de Dios desde hace muchos años estoy en el monasterio; empecé a escribir los iconos en 1992, un año después de la Profesión solemne. Y ha sido gracia sobre gracia. No tengo ninguna formación artística, siendo licenciada en Letras Clásicas. Me parece haber tenido siempre una predisposición para el dibujo, en particular de los rostros de los cuales llenaba libros, cuadernos y hojas sueltas desde la guardería. Pero no tenía ninguna práctica de pinceles, excepto que unas brochas para pintar paredes, espléndido oficio aprendido en el monasterio. Confieso enseguida que cuando recibí la propuesta de contar cuál es mi enfoque a la ejecución del icono (propiamente se dice “escribir el icono”) he deseado decepcionar para no ilusionar. Mi inexperiencia artística ha podido ser para otras personas motivo de aliento para emprender la iconografía. También el camino de la sanación interior, es decir de incesante conversión, que para mí se ha soldado con la escritura de los iconos, puede haber despertado un deseo similar: si no se necesita una preparación o una actitud específica y beneficia al espíritu, entonces yo también lo intento! No es tan obvio. En primer lugar dije que soy una monja, y es realmente la gracia fundamental para mí. Con el paso del tiempo, día tras día, he aprendido sin nunca terminar a buscar el rostro del Señor en cada cosa y sobre toda cosa. En los trabajos agotadores y que ensucian, en las verduras que hay que limpiar, en la obediencia a la vida de cada día, en la fidelidad siempre renovada a la oración, en la comunión que hay que construir y reconstruir incesantemente con mis hermanas. Sobre esta experiencia ha florecido gratuitamente el don de Dios, pero no se le puede pretender. Siento cuando se hace de la iconografía un “status symbol” de realización espiritual: es distorsionar el significado! Y buscar la curación interior en el arte más que en el humilde servicio de cada día es quedarse unos eternos enfermos de egocentrismo. Perdonen la premisa que les parecerá muy pobre, pero los iconos están hechos de tierra. Y en la tierra se irradia la luz del Rostro. Es un trabajo bellísimo, la iconografía. Pero la verdadera, bellísima experiencia original es crecer en la comunión con el Señor a través de lo vivido en el cotidiano. En resumen no quiero hacer de mi actividad en el monasterio algo de más espiritual que las tareas de mis hermanas, o de los que buscan al Señor con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas en las ocupaciones cotidianas. Pero es cierto que es un trabajo especial. Pero no lo digan, por favor! Tu escribes el icono y el icono te escribe a ti. Desde el momento en que buscas la tabla adecuada al sujeto que se solicitó y para las personas a las que está destinado, el icono es comunión de oración con otros creyentes, que lo han pedido, y es invocación de la Presencia para otros creyentes, a los que está destinado. Después es tiempo de ponerse a la obra, después de haber hecho la “imprimatura” (tela y muchas capas de yeso de Bologna amasado con cola de conejo) de un cierto número de tablas de madera de tilo. Toda nuestra vida monástica es oración y ascesis, sobretodo a través de la continua renuncia a sí mismos. Por eso no hemos querido diferenciarnos de nuestra comunidad con ayunos particulares vinculados a nuestro servicio de iconógrafas. Todas las monjas empiezan el trabajo con la oración; nosotras lo hacemos con la antigua oración del iconógrafo, en la que se expresa bien el conocimiento de ser solo instrumentos en las manos del Divino Artífice, y a Él se pide la purificación de todo el ser para poder llegar a ser instrumentos adecuados. Y se empieza, sabiendo que no saber, que no sabemos hacer.